Dejemos de gritar...
- AITIA BienEstar

- 9 nov 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 5 ene 2021
En este artículo nos referimos a los gritos que se utilizan para imponer disciplina o infundir temor, no a aquellas exclamaciones espontáneas que surgen en base a una reacción causada por un sobresalto o alarma.
La evidencia muestra que gritar es un pésimo hábito, que genera daño a nivel emocional.
Con el apoyo y la voluntad necesaria se puede modificar.
La gran mayoría de los adultos, especialmente aquellos nacidos antes de 1990, fuimos lamentablemente educados bajo un estilo de crianza rígido y autoritario, el que incluía dentro del repertorio disciplinario: coscorrones, tirones de pelo, pellizcos, nalgadas, bofetadas, insultos, amenazas y gritos, muchos gritos.

Investigaciones recientes han establecido con claridad, que los gritos liberan en el cerebro altos niveles de dopamina, adrenalina y cortisol, lo que predispone al individuo a huir o a paralizarse, pues se interpreta como una señal neurofisiológica de peligro, inseguridad y amenaza.
Cuando los padres, o cuidadores de un niño emplean gritos para dirigirse a él, se van registrando recuerdos negativos que generan angustia, estrés y ansiedad. Quien recibe los gritos no solo se paraliza o huye en el momento, si no que estos recuerdos pueden producir la misma respuesta neurofisiológica cada vez que son traidos a la consciencia. El efecto sobre la salud mental, el sueño, y la autoestima es demoledor.

Muchas personas gritan cuando no logran hacerse entender. Lo paradójico es que los gritos bloquean el proceso de aprendizaje, por lo que mientras más se grita más difícil es darse a entender. Si lo que queremos es ser escuchados, y especialmente comprendidos, jamás lo conseguiremos a los gritos, porque las personas se bloquean.
Por otro lado, no se debe olvidar, que en una sociedad democrática en que se respetan los Derechos Humanos y los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes, las relaciones interpersonales deben basarse idealmente en el respeto mutuo, no en el miedo. Es por ello que preocupa de sobremanera el creciente fenómeno en que hijos adolescentes agreden física o verbalmente a sus padres, y en particular a sus madres. En países como España, esta lamentable situación ha generado incluso una Unidad Especial en la Fiscalía de Menores de la Comunidad de Madrid. "Lo que los padres generaron en sus hijos pequeños fue miedo, no respeto", ha dicho Javier Urra, destacado psicólogo español, "y ahora que han crecido vienen por la revancha. Han aprendido de sus modelos primarios que basta con ser alto y fuerte para que esté permitido hacer lo que se venga en gana con tal de conseguir lo que se quiere". En el fondo, se le ha estado enseñado al niño a gritar y a abusar del poder. Es decir, se ha formado un agresor en potencia.

Sabemos que quien grita para imponer disciplina, lo hace por frustración, pero también por falta de inteligencia emocional, por irreflexividad o por mera impulsividad, y eso se puede y se debe cambiar. Existen técnicas para controlar los impulsos, para reconocer y ordenar emociones, para aprender a tolerar la frustración, y para mejorar la asertividad.
Gritar es un pésimo hábito aprendido, que además es reforzado por estereotipos culturales perversos en los que se le atribuyen cualidades positivas a las personas que emplean los gritos o la prepotencia con los demás: "tiene carácter, tiene personalidad, no se deja pasar a llevar, o se las trae", son frases comunes que se escuchan por doquier. Con ese tipo de comentarios, inconscientemente se van validando conductas inadecuadas, y que como ya dijimos, producen efectos nocivos en el cerebro, en la autoestima, y en las relaciones intra y extra familiares. Sin dudas los más afectados son los niños.

Para colmo, en los gritos se refleja a la perfección uno de los axiomas de la comunicación establecidos por Watzlawick. En las relaciones simétricas existe el peligro de la competencia o rivalidad. Por tanto, cuando se pierde la estabilidad en una relación simétrica (como la relación de pareja, o entre compañeros de trabajo), se produce una "escapada" de uno de los miembros; en consecuencia el otro intentará equilibrar la relación, produciéndose, a partir de aquí, el fenómeno conocido como "escalada simétrica": si gritas te grito, si elevas más la voz, la elevo yo también, y así sucesivamente.

Compartimos con ustedes algunos tips para dejar de gritar, y evitar sus funestas consecuencias:
1) Abandona el lugar o espacio de discusión o conflicto hasta sentir que has logrado calmarte y dominar tus emociones.
2) Practica el método de relajación mediante la respiración (inhala por la nariz, bota por la boca lentamente). Repite el ejercicio hasta que te sientas en total control de tus emociones.
3) Siempre debes tener presente que no todas las personas están obligadas a ver las cosas del mismo modo que tú, y que además, podrías estar equivocado/a sin saberlo.
4) Llega a acuerdos de control en el entorno familiar. Si estás muy enojado/a no debes castigar a tu hijo, deja que tu pareja lo haga.
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